El 25 y 26 de enero tuve la oportunidad de participar en un taller para jóvenes líderes sindicales palestinos que se celebraba en Ramala, en el marco de un proyecto conjunto entre la Federación General Palestina de Sindicatos (PGFTU), LO Suecia y el Centro Internacional Olof Palme.
El primer día todo fue muy bien. Debatimos cuestiones sindicales, como el salario mínimo, las oportunidades de las mujeres en el mercado laboral, el derecho de asociación, la salud y la seguridad organizativa. Todo el mundo estaba muy motivado y participó activamente.
Pero, el segundo día, la realidad palestina se coló en el taller para recordarnos lo difícil que puede llegar a ser la vida cotidiana de los palestinos...
Habíamos empezado la mañana del 26 de enero con un ejercicio sobre cómo transmitir a un trabajador las razones para organizarse en un sindicato. De repente, uno de los participantes abandonó la sala. De inmediato pude percibir cómo se iba tensando el ambiente en la sala, a medida que los demás participantes consultaban sus teléfonos. Estaban llegando noticias de la ciudad de Yenín, en Cisjordania, donde Israel había lanzado un ataque que causó la muerte de nueves palestinos. Habían lanzado gases lacrimógenos en un pabellón de pediatría. Se decretó un día de luto nacional y se convocó una huelga general.
No tuvimos más remedio que interrumpir el taller. La mente de todos estaba en otra parte. Tres de los participantes eran de Yenín. Uno de ellos intentaba ponerse en contacto con su familia, sin éxito. Los que venían de otras ciudades mostraban también su preocupación porque sabían, por experiencia, que los disturbios podían extenderse y que podían quedar atrapados en los puestos de control en el camino de vuelta a casa – otro recordatorio del día a día en Palestina. –.
El ataque de Israel sobre Yenín podía desencadenar una espiral de violencia, seguida de represalias por parte de organizaciones extremistas violentas, que se aprovechan de la desesperación de los jóvenes que carecen de fe en el futuro.
De hecho, la noche siguiente al ataque se desencadenaron numerosos disturbios. Siete personas murieron tiroteadas frente a una sinagoga de Jerusalén Este.
A los de fuera puede resultarnos difícil comprender la realidad en la que vive el pueblo palestino. Sin embargo, sus sueños y aspiraciones no difieren mucho de las que tenemos los demás trabajadores del mundo: una vida pacífica, un empleo digno que les permita pagar las facturas y la posibilidad de moverse libremente dentro y fuera de su país.
El mundo no puede mirar en silencio hacia otro lado mientras continúa la violencia. Debe exigir el cumplimiento del derecho internacional, e Israel debe respetarlo.
A través de la solidaridad sindical, los sindicatos desempeñan un importante papel de apoyo a la lucha de la gente trabajadora palestina por mejorar sus condiciones de trabajo y de vida, la democracia y la libertad. El derecho a organizarse libremente para conseguir unas condiciones laborales dignas es uno de los pilares de los derechos humanos y contribuye a una sociedad más igualitaria y democrática.
El mundo no puede cerrar los ojos ante lo que ocurre en Palestina. ¡Seguridad para el ciudadano de a pie, también en Palestina!