Presentación del Informe sobre el Tema del Congreso “Ahora los Pueblos” Secretario General de la CSI, Guy Ryder, 2º Congreso Mundial de la CSI, 22 de junio de 2010

Delegados y Delegadas, Observadores, Invitados:

Permítanme añadir unas breves palabras de bienvenida a todos los aquí presentes, y mi sincero agradecimiento a Ken Georgetti y a sus colegas de la organización anfitriona, el Canadian Labour Congress.
Han venido de todos los rincones del mundo. Y los trabajadores y trabajadoras en todos sus países están viviendo las consecuencias de una crisis que podríamos muy bien considerar como la primera crisis generalizada de la economía globalizada.

Ayer Sharan describió la naturaleza de la crisis y sus consecuencias. No voy a repetir lo que ya dijo. Sin embargo, conviene subrayar que su impacto no ha sido uniforme. Para algunos – generalmente aquellos que se encuentran más cerca de los epicentros del colapso financiero – los efectos han sido sencillamente devastadores. Otros situados algo más lejos han sentido alteraciones mucho menos severas o de menor duración.

Es así que Europa continúa presa de una crisis de la deuda soberana con consecuencias todavía inciertas y que está ocasionando tensiones sociales considerablemente dramáticas. EE.UU. también tiene un agujero de 11 millones de puestos de trabajo que debe rellenar, mientras que Japón se debate todavía para salir de un estancamiento de larga duración.

Sin embargo, la mayoría de los países de Asia, encabezados por las potencias ascendentes de China e India han asumido el papel de locomotoras para un renovado crecimiento económico – lo mismo que Brasil, caso emblemático de aquella parte de las Américas que continúa dando muestras de su capacidad para crecer.

Y en lo que respecta a África, recuerdo la respuesta que obtuve cuando le pregunté al Presidente de la CSI-África cómo se estaba viviendo la crisis en su continente y respondió recordándome que la crisis de África no había empezado con la caída de Lehman Brothers sino que era permanente y dramática. Y así es, un reto para nuestras responsabilidades comunes y para la solidaridad, independientemente de dónde vengamos.

Empecemos pues nuestro Congreso reconociendo que el trayecto de la crisis (independientemente de cómo esté afectando a nuestros países y organizaciones internacionales) a la justicia global lo tenemos que emprender juntos y debemos trabajar juntos para lograr nuestra meta. Este Congreso se enfrenta a numerosos desafíos. Uno de ellos es competir con la emoción de la Copa del Mundo en Sudáfrica. La gran diferencia entre lo que ocurra allí y lo que tenemos que hacer en Vancouver es que en Sudáfrica un país ganará y los demás volverán a casa vencidos. Para nosotros sindicalistas, o todos le ganamos a la crisis o perderemos todos juntos.

Vancouver tiene que formar parte de nuestra estrategia global para la victoria. Ahora es realmente el momento de que los pueblos prevalezcan por ese cambio fundamental en la globalización para cuya consecución fuera fundada la CSI.

Ayer, en el discurso presidencial de Sharan, en la bienvenida de Ken, nos indicaron ya muchas de las cosas que debemos hacer. La primera parte del informe que les presento ahora y que deberemos empezar a debatir hoy establece los seis desafíos clave a los que creo tendremos que enfrentarnos si queremos salir de la crisis y lograr la justicia global. La segunda parte trata sobre el “cómo” de la cuestión – cómo podemos hacer que nuestro nuevo internacionalismo sindical se convierta en un instrumento efectivo para los cambios que tan desesperadamente necesitamos.
Y esas dos cuestiones – los “deberes” y los “cómo” – están precedidas por una serie de ideas que básicamente pueden resumirse como sigue:
Que esta crisis, pese al terrible sufrimiento que ha inflingido – principalmente a aquellos que no tienen responsabilidad alguna por ella y que menos capacitados están para soportarla – ofrece auténticas oportunidades para introducir un cambio fundamental. Incluso los líderes políticos conservadores, en los momentos más profundos de la crisis, competían unos con otros en su retórica habitual, pidiendo que se pusiese fin a las injusticias e irresponsabilidades del pasado, que se abriese una nueva vía para la globalización, que se emprendieran acciones para garantizar que esta crisis nunca vuelva a repetirse. Pero sus voces están apagándose conforme se recuperan del susto inicial ante la perspectiva de una debacle financiera total. Los viejos discursos sobre los peligros de una regulación excesiva y la necesidad de aplicar un rigor fiscal vuelven a dejarse escuchar. Las estrategias de salida que están siendo aplicadas actualmente en muchos de nuestros países se asemejan considerablemente a más de lo mismo – pero mucho peor.

Hay algo de lo que podemos estar seguros. Los mercados y los actores financieros a quienes podemos dar las gracias por haber provocado esta crisis están empujando con todas sus fuerzas para volver al antiguo régimen de especulación. No se sienten obstaculizados en lo más mínimo por ninguna inhibición moral. Observen su alegre retorno a la cultura de bonos multimillonarios mientras los trabajadores y trabajadoras sufren las atroces consecuencias de la crisis. Suyo es el desprecio de los que se consideran demasiado grandes como para fallar a quienes consideran demasiado pequeños como para darles importancia. Nuestro trabajo es demostrarles que no somos tan pequeños, y tenemos que empujar juntos con más fuerza que ellos.

Los Gobiernos también tienen que cumplir con su parte – tienen que demostrar que no cederán a las tácticas intimidatorias del sector financiero y pueden empezar la semana que viene en el G20 de Toronto. Tienen que demostrar cada vez más – como dijo ayer el Sr. Papandreou – que el proceso democrático – el pueblo – decidirá; no el poder de las finanzas. Básicamente es eso, o lo que Lenin prácticamente anticipó hace un siglo o más: la desaparición progresiva del Estado que se verá reemplazado por la Dictadura del Monetariado.

Este es el contexto en el que nuestras seis prioridades deben cumplirse. Y por mi parte sugiero que actuemos de acuerdo a todas ellas, y que lo hagamos ahora – porque son urgentes y también por la incómoda sensación de que el resquicio abierto para dichas oportunidades está cerrándose. Nos encontramos verdaderamente en ese punto de inflexión que Sharan señalaba ayer: avanzar hacia la justicia social o volver a lo que ya hemos vivido.

Congreso:
La tarea, naturalmente, inevitablemente, comienza por los empleos – trabajo decente para todos. El déficit mundial de empleo no empezó con la crisis, pero ésta ha añadido 34 millones a las víctimas del desempleo. La cuestión es qué pasa ahora: ¿una endemia permanente de desempleo masivo en nuestras sociedades, que se trague a una generación perdida de gente joven – o el redescubrimiento del compromiso de trabajar para todos? Para que eso suceda necesitamos un cambio radical (mejor dicho, el derrocamiento) del pensamiento neoliberal (que durante tanto tiempo han compartido las IFI, por cierto) de que los empleos que se encuentran son los que el fundamentalismo de mercado proporciona: no será menos – pero no se puede pedir más.

No tenemos que optar por la estrategia de salida que nos conduce a eso.
Necesitamos estrategias de entrada a un enfoque bastante distinto para los empleos y ese es el potente programa de la OIT para el trabajo decente.
Ese programa integra también el segundo “deber” que tenemos ante nosotros, el que aborda el retorno a la igualdad y a la justicia en los mercados laborales. Ser excluidos del mercado laboral podría ser la mayor de todas las injusticias. Pero trabajar en condiciones en que se deniegan los derechos fundamentales – sobre todo los derechos de sindicalización y de negociación colectiva; trabajar en condiciones de constante precariedad e inseguridad; trabajar en medio de la hostilidad de la economía informal; trabajar por tan poco dinero que no dé ni para que una familia o un individuo pueda cubrir las necesidades básicas de una existencia decente... Eso es injusticia intolerable a gran escala. Y es la realidad. Los ingresos de los trabajadores se sitúan en los mínimos históricos de la década de 1930. Más de la mitad de nuestros compañeros trabajadores realizan un trabajo vulnerable – eso es lo que tenemos hoy en día. Y no nos equivoquemos. Sea cual sea nuestra opinión, muchos son los que están más que felices de que las cosas sigan así.

Muchos de ellos vienen del mundo de las finanzas. Son fáciles de reconocer. Son los que cuentan sus millones de camino al banco igual que nosotros contamos los nuestros en las colas del paro. No solemos tenerles demasiada estima. Y sin embargo la ironía es que con el dinero de nuestras contribuciones – miles y miles de millones – hemos pagado para salvar sus pellejos en los rescates masivos de los dos últimos años. Sabemos por qué ocurrió eso – por qué tenía que pasar. Pero era un contrato. Nosotros pagamos por su inmerecida supervivencia a condición de que ellos no volvieran a las andadas. La regulación financiera – real, poderosa, internacional – impediría que estos reincidentes compulsivos volvieran derechos a su mesa de juego preferida, donde se pueden ganar millones de dólares, pero donde también se han perdido millones de trabajos. Cerrar el casino era parte del trato. Pero hasta ahora eso no ha sucedido; y lo que yo alcanzo a discernir es que la indecisión y la debilidad de los Gobiernos que se enfrentan a la nueva asertividad del capital financiero significan que quizás eso nunca llegue a suceder – a menos que cambiemos las cosas.

Más cierto imposible en el caso del impuesto internacional a las transacciones financieras. Necesitamos ese impuesto. Para amortiguar la especulación, para recaudar el dinero que permita responder a las necesidades desesperadas. Hay muchísimos argumentos buenos a favor y ninguno en contra – aunque se inventan muchos malos. Pero el que todavía podría ganar es uno muy sencillo: el de la avaricia y el interés propio.

Congreso:
Parte de la crisis antes de la crisis era el cambio climático. Hace cuatro años, en Viena, no le prestamos demasiada atención, pero hemos hecho mucho desde entonces, concretamente en Copenhague a finales de año pasado. Ese cambio se produjo porque la realidad del cambio climático se ha vuelto muy evidente e inmediata, y porque como movimiento internacional hemos sido capaces de alejarnos de las posturas defensivas – resultantes en su mayoría del miedo que teníamos a escoger entre proteger el medioambiente y proteger nuestros empleos – y alcanzar el apoyo actual de la CSI por un programa de empleos verdes y una transición justa hacia un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono que pueda combinar ambos objetivos. Comprometernos con el medioambiente con más trabajo decente puede ser una realidad. Si escucharon ayer al alcalde de Vancouver lo entenderán. Pero que eso vaya a suceder automáticamente no es una “verdad conveniente”– tiene que funcionar en todas partes tal y como ha funcionado aquí. Nos dijeron que la Conferencia de Copenhague no podía fracasar – pero al final fracasó. Sin embargo la vía hacia la justicia global tiene que ser un camino verde y la CSI no puede caer en la trampa de creer que este es un asunto que se puede aparcar hasta después de la crisis – forma parte de la salida de la crisis.
Igualmente, hay que descartar todo sacrificio de los compromisos compartidos para con el desarrollo mundial por las necesidades de rigor fiscal. Corren tiempos decididamente duros. Pero eso no puede justificar la reducción de los recursos para el desarrollo ni el abandono de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Por dos razones: una muy básica, que es la solidaridad y que al menos en esta sala se comprende; pero también está el hecho de que necesitamos un crecimiento fuerte y un incremento en los niveles de vida, en todas partes, para ayudarnos a salir juntos de la crisis.

En parte, cambiar la globalización es conseguir que ésta abra las vías de desarrollo hasta ahora denegadas a muchos países del mundo en desarrollo, muchos de los cuales han vivido bajo el dominio del programa neoliberal durante más de la mitad de su independencia histórica. Existe una percepción real de que la soberanía verdadera y plena sólo llegará cuando esa dominancia se haya roto finalmente. Y la adopción de esa perspectiva más larga debería recordarnos también que desde que la globalización apareció a partir de las convulsiones políticas y tecnológicas de la década de 1980, los sindicatos han estado argumentando a favor de unos instrumentos efectivos para su gobernanza, los tipos de instrumentos que damos por sentado en el diseño de las políticas a nivel nacional. Los tipos de instrumentos necesarios para darle a la globalización una dimensión social, para hacerla más justa, para hacerla sostenible.

Pues bien, por lo general no los hemos conseguido. Pero la crisis ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión de la gobernanza de la globalización– por supuesto, con el peligro añadido de que la puedan quitar con la misma velocidad. La idea de una Carta sobre Globalización, el marco para un crecimiento fuerte, sostenible y equilibrado son las iniciativas más concretas hasta el momento. No son perfectas pero debemos luchar por ellas, para mantener viva nuestra afirmación de que la globalización no puede estar dirigida por las fuerzas del mercado y nada más.
Congreso:
Éstos son, considero, los retos claves para nuestro movimiento y para la CSI en los próximos cuatro años. Y creo que conviene recordar que si los juntamos todos, lo que está en juego es la causa de la paz en nuestro mundo, íntimamente vinculada de por sí a la causa de la justicia social. Nuestro mundo no es justo y no está en paz. Y permítanme añadir que de los muchos conflictos que se están cobrando un número sobrecogedor de vidas humanas por todo el mundo, tenemos particularmente presente el que continúa asolando a Oriente Medio. Como sindicalistas tenemos que hacer una contribución sindical a su resolución de forma parecida a como tanto tiempo llevamos intentándolo.

Soy consciente de que lo que les he expuesto parece ambicioso, pero quiero sugerirles que este programa internacional sea, y que deba ser, parte del trabajo y de los retos de cada una de nuestras organizaciones, a diario, en cada uno de sus países. Nuestra labor aquí en Vancouver es establecer nuestro programa para la justicia global pero también decir cómo vamos a equipar a la CSI para lograrlo y después comprometernos para asegurarnos de que nuestra Confederación sea verdaderamente el instrumento de representación efectiva de los trabajadores/as de la economía globalizada que tiene que ser. De eso trata la parte II del informe y hablaré más de ello cuando pasemos a discutirla más adelante esta semana. Permítanme entonces decir sólo un par de cosas más.

La primera concierne a la experiencia de estos cuatro años. Nos reunimos en Viena, dos tradiciones históricas del sindicalismo mundial y una fuerte corriente de sindicalismo independiente con una gran ambición pero también, seamos honestos, con ciertas dudas. Las dudas se centraban en si la nueva organización podría realmente reunir las diversas tradiciones y sensibilidades de nuestro movimiento en una sola organización, si la unidad y el pluralismo podrían combinarse y conciliarse y si nuestra Confederación se convertiría en las organizaciones fuertes y visibles que los trabajadores necesitan. En aquel momento les pedí a ustedes que su primer deber fuera la solidaridad mutua – para que nuestra organización pudiera permanecer unida y fuerte. Y así lo han hecho. Y se lo agradezco. Porque si no se hubieran comprometido para con la unidad y la eficacia de la CSI tal y como lo hicieron para su creación, no podríamos haber avanzado como lo hemos hecho.

Pero – y este es mi segundo y último punto – realmente creo que la tarea de la construcción de nuestro nuevo internacionalismo, de hacer que la CSI sea lo que tiene que ser, en realidad no ha hecho más que empezar. La Parte II del informe establece los próximos pasos que se podrían dar: en nuestras relaciones con otras organizaciones sindicales mundiales y regionales; a la hora de aportar solidaridad; en el fortalecimiento de nuestro trabajo de cooperación al desarrollo; en la cooperación con aliados políticos y de la sociedad civil; y sobre todo para cerrar la brecha entre el trabajo nacional e internacional (que yo considero crucial, en particular con respecto al programa de sindicalización y negociación).

Pero la verdad es que esta CSI, este internacionalismo, llegará hasta donde ustedes, nuestras afiliadas, estén dispuestas a llevarlo. No más allá. Así que cuando el 3er Congreso de la CSI se reúna dentro de cuatro años y llegue el momento de evaluar hasta donde hemos llegado en el camino de la crisis a la justicia, el resultado dependerá de lo que ustedes hayan decidido aportar a su Internacional y de la medida en que su Internacional haya logrado traducir las necesidades de sus afiliadas en acción efectiva.

Esto es historia todavía no escrita. Y espero que lo que está escrito en este informe y el debate en torno a él contribuyan al deber que tiene la CSI de convertirlo en una historia de los pueblos – mejorando lo sucedido antes.