Ha llegado el momento

La controversia política en el Congreso de EE.UU. respecto al plan de rescate financiero por valor de $700 millones puede ser fiel reflejo de la indignación y la cólera de la clase trabajadora en general, puesto que sus impuestos se utilizarán para financiar a aquellos que con su codicia, su irresponsabilidad y sus abusos han llevado a los mercados financieros mundiales al borde del colapso y han hecho surgir el espectro de la recesión global.

Bruselas, 30 de septiembre de 2008: La controversia política en el Congreso de EE.UU. respecto al plan de rescate financiero por valor de $700 millones puede ser fiel reflejo de la indignación y la cólera de la clase trabajadora en general, puesto que sus impuestos se utilizarán para financiar a aquellos que con su codicia, su irresponsabilidad y sus abusos han llevado a los mercados financieros mundiales al borde del colapso y han hecho surgir el espectro de la recesión global.

Esta situación ha profundizado además la crisis que amenaza los puestos de trabajo, los hogares y el futuro de miles de millones de seres humanos – aquellos que nunca se beneficiaron de los años de abundancia, cuyo trabajo ha estado siempre mal pagado y poco considerado, y que no tienen responsabilidad alguna por lo que está ocurriendo ahora.

Tras haberse asomado al abismo que ellos mismos contribuyeron a crear, los políticos van despertando y se dan cuenta de que es necesario regular la economía y los gobiernos deciden finalmente asumir las tareas a las que renunciaron hace tiempo: establecer normas para los mercados, proteger y proveer a sus ciudadanos, e intervenir para garantizar unos resultados sostenibles y socialmente justos.

Este despertar llega tarde, aunque si va más allá que un interés pasajero para extinguir las llamas que sofocan los mercados financieros y que amenazan con consumir la economía, siempre será bienvenido. Porque sólo si rompen la costumbre de seguir la estela de los intereses financieros, abandonan su complicidad en la creación de profundas y cada vez mayores desigualdades, y dejan de favorecer la avidez y los excesos corporativos, conseguirán los gobiernos reconectarse con la realidad de las vidas de las familias trabajadoras, y podrán así empezar a aportar el liderazgo y las respuestas que éstas exigen.

La tarea más inmediata es responder de manera decisiva y eficaz a la crisis financiera, brindando asistencia a sus víctimas, pero sin recompensar a sus autores. No obstante, el desafío que nos espera es de una envergadura muy superior incluso a esta inmensa tarea.

En el momento de su fundación, en 2006, la CSI hizo hincapié en la necesidad de un cambio fundamental en la globalización, y se comprometió a conseguirlo. 

Ahora ha llegado el momento de aplicar dicho cambio.

Resolver la crisis financiera ha de complementarse con una acción internacional concertada para estimular el empleo y el crecimiento, de manera que el peligro inminente de la recesión mundial pueda atajarse, y las economías queden encarriladas en la vía de un desarrollo sostenible y justo.

La tarea esencial de regular los mercados financieros, para así cerrar la vía a la posibilidad de volver a la rutina anterior y que termine repitiéndose la debacle actual, debe constituir un componente de un programa más amplio destinado a reformar la gestión de la economía global. 

Hace falta corregir los desequilibrios que han ocasionado una caída o un estancamiento de los salarios reales, al tiempo que el capital cosechaba beneficios récord. Los derechos de sindicalización y negociación, reconocidos internacionalmente, han de ser aplicados universalmente de manera que los trabajadores y las trabajadoras tengan una influencia real en sus vidas y su futuro. La agenda comercial, embarrancada en el punto muerto de la Ronda Doha, sólo podrá seguir adelante cuando se cimiente en los imperativos del trabajo decente, el desarrollo, los derechos y la igualdad. La comunidad internacional se enfrenta igualmente a la obligación inapelable de negociar rápidamente un plan efectivo para combatir el cambio climático, de lo contrario las consecuencias podrían ser mucho más graves que las derivadas de un desmoronamiento financiero.

En última instancia, el modelo de globalización que ha imperado durante más de dos décadas, ha quedado desacreditado. Pero su fracaso nos brinda la oportunidad de sembrar las semillas para un cambio fundamental.

La CSI insta a todos los gobiernos a que aprovechen esa oportunidad y actúen con valor, visión y principios a fin de reinstaurar el compromiso a la justicia social, el trabajo decente y la sostenibilidad como elementos esenciales de la toma de decisiones políticas, y como objetivos centrales y fundamento para la actividad económica.


La CSI representa a 168 millones de trabajadores y trabajadoras en 155 países y territorios, y cuenta con 311 afiliadas nacionales.

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