Oficinas con vistas a la naturaleza: así atraen los pueblos y destinos ‘remotos’ a los nuevos emprendedores

Oficinas con vistas a la naturaleza: así atraen los pueblos y destinos ‘remotos' a los nuevos emprendedores

Laetitia Guliver (left) and Evelyne Schmitz (rigth), two entrepreneurs who met at the e-Square co-working centre in Marche-en-Famenne, Belgium, work together on a joint project.

(Ivo Alho Cabral)

A través de las ventanillas de sus coches alquilados, los turistas que atestan la isla de Lanzarote (Canarias, España) ven pasar una tras otra las escuelas de surf, los pubs irlandeses y, sobre todo, las urbanizaciones blancas con piscina. Es el típico destino de sol y playa, pero con un toque hippie. En un lugar así, un moderno espacio de trabajo compartido como el Magma Innovation Centre –abierto hace unos pocos meses en la capital de la isla, Arrecife–, rompe con el paisaje.

Los espacios de trabajo compartido (coworking spaces) han vivido un boom en los últimos años. Solo en 2018, los proveedores de este tipo de oficinas adquirieron más de 830.000 metros cuadrados nuevos de espacio en Europa, según la consultora Savills. Tal es el éxito, que estas empresas se están convirtiendo en mastodontes inmobiliarios: solo WeWork tiene 831 espacios en 125 ciudades del mundo, desde Bruselas a Ho Chi Minh (si bien firma protagonizó una sonada salida a bolsa fallida –en el parqué neoyorkino– el pasado mes de octubre, mientras aumentan sus pérdidas en el tercer trimestre).

Aunque la expansión de este tipo de oficinas es casi exclusiva de grandes ciudades como Londres, París o Berlín, el Magma es un ejemplo de que también hay sitio para los espacios de cotrabajo en zonas más aisladas. César Miralles, director del centro, explica que su objetivo es ayudar a diversificar la economía de la isla, retener el talento local e incluso intentar atraer a profesionales internacionales. Si el trabajo es cada vez más remoto, ¿por qué no hacerlo desde un pequeño paraíso?

Chai lattes y yoga vinyasa pero, ante todo, conectividad

Entramos en el Magma, situado en el centro de Arrecife, la capital de Lanzarote, donde vive un tercio de los 120.000 habitantes de la isla. A primera vista, podríamos estar en una cafetería de moda de Londres o Madrid: en el menú, brunch con tostadas de aguacate, smoothies y chai lattes. Los tres o cuatro clientes que ocupan las mesas altas en una mañana de lunes en pleno verano trabajan en sus ordenadores, mientras una pantalla anuncia clases de yoga vinyasa para el fin de semana.

En el segundo piso nos encontramos con Melissa Carusi, una abogada italiana ensimismada frente a su ordenador. Después de haber trabajado durante años en Milán para una gran consultoría, pensó que podía desarrollar un nuevo proyecto “desde un lugar agradable”. Por eso, hace algo más de un año se mudó a las Islas Canarias, donde asesora a personas de su país que quieren comprar una casa o realizar inversiones en las islas, aprovechando una serie de ventajas fiscales que ofrece la región.

Melissa explica que al principio le daba miedo que tanta modernidad echara atrás a sus clientes más mayores: “Pero cuando nos reunimos dicen ‘qué guay, es un sitio acogedor’”.

Lo que más aprecia la abogada son las conexiones: la de internet, ya que se pasa el día colgada de Skype; y las que tiene con otros emprendedores con los que comparte el espacio. Sin ir más lejos, otra de las personas que trabajan en el Magma le está ayudando a mejorar su página web.

En uno de los seis despachos que rodean la mesa con capacidad para doce personas donde se sienta Melissa, trabaja Ubay Casanova, que junto a su socio está desarrollando un prototipo de máquina expendedora de bebidas capaz de adaptar su oferta a los gustos del cliente.

Su proyecto forma parte del programa de aceleración de empresas emergentes (startups) del centro, gracias al cual puede usar el espacio de manera gratuita durante unos meses y tiene acceso a un programa de tutorización.

La idea se le ocurrió durante una noche de fiesta: había tanta gente que a él y a sus amigos les daba pereza ir a pedir a la barra por el tiempo que iban a esperar. Si funciona, el primer cliente de Ubay podría ser precisamente la empresa detrás del Magma, Martínez Hermanos, que posee varios hoteles y otros negocios.

De momento, la idea le está permitiendo a Ubay trabajar en un proyecto ilusionante desde su Lanzarote natal, donde ha vuelto tras dejar una buena posición laboral en Madrid: “Tenía muy claro que quería desarrollarme aquí, que el talento debe quedarse en la tierra”.

Un vivero de ideas para superar el doble aislamiento

Antes de acudir al Magma, Ubay había trabajado durante un año en el vivero de empresas de la Cámara de Comercio de Lanzarote, donde hasta 17 pymes pueden trabajar y recibir a sus clientes en un entorno profesional, situado a unos pocos kilómetros de Arrecife.

Aunque el vivero está casi completo y los emprendedores que trabajan ahí reconocen el apoyo de la Cámara –cuyas oficinas están en el edificio contiguo–, Isabel Quevedo, directora gerente del organismo público, admite que es no es fácil atraer empresarios de fuera ni animar a nuevos emprendedores locales a que se lancen. “Seguimos estando muy lejos y se nos conoce muy poco”, lamenta. “Deberíamos tener cola por el clima y los beneficios fiscales”.

Una de las mayores dificultades de la isla para atraer emprendedores es su ‘doble insularidad’, según explica Quevedo. Lanzarote es dos veces isla: está a más de 1.000 kilómetros de la España continental, y, a la vez, a más de siete horas de ferry de la isla de Gran Canaria: es común que la gente coja un avión para viajar a la capital de su propia provincia.

De hecho, aunque las condiciones de la Cámara establecen que los emprendedores solo pueden usar el espacio durante dos años, para dejar sitio a nuevas ideas, la falta de demanda permite que algunas empresas se queden durante más tiempo.

La mayor parte de los emprendedores del espacio, de los que sí se animan, buscan aplicar enfoques innovadores al sector del turismo. Integra & Innova es un ejemplo: desde su despacho a la entrada del vivero han colocado a más de 75 personas con discapacidades en puestos ajustados a las posibilidades de cada uno, como la limpieza de un hospital o el mantenimiento de las bodegas volcánicas de La Geria, en la misma isla. El objetivo es “que el trabajo y la persona encajen”, explica María José Pérez, una de las trabajadoras de la pyme.

En una de las oficinas del piso de arriba trabaja María José Rodríguez Cuéllar, directora de una pyme de cuatro trabajadoras especializada en programas de fidelización para supermercados, análisis de datos, y marketing para otras pequeñas empresas.

Al principio María José trabajaba en casa, pero después de un tiempo le resultaba imposible. “Dices: mientras trabajo un poco, voy a poner unas lentejitas y voy a buscar a la niña. Pues no”. Tras varias lentejas quemadas, decidió que tenía que separar la vida personal de la profesional: “El vivero te ayuda a ver el comienzo del senderito”.

Marche-en-Famenne, la mezcla ideal entre ciudad y campo

No solo los apasionados del mar tienen el privilegio de poder trabajar en un lugar de ensueño. En Marche-en-Famenne, una pequeña ciudad de 18.000 habitantes a la puerta de las Ardenas belgas, hace un año que ha abierto un espacio de coworking promovido por las autoridades locales y regionales: el e-Square.

Marche-en-Famenne lo tiene más fácil que Lanzarote: está solo a hora y media en coche de Bruselas, mientras que tiene una calidad de aire mucho mejor que la capital y está a tiro de piedra de los bosques, donde se puede practicar bicicleta de montaña, rafting, senderismo o simplemente, ir de paseo.

Más que un centro de trabajo compartido, el e-Square es un “tercer lugar”, alternativo al entorno de residencia y el de trabajo. Un sitio donde “se reúne una comunidad en la que se enriquecen los unos a los otros a través de la discusión y el intercambio de experiencias”, encendiendo así la chispa de la creación y la innovación, según explica Séverine Schonne, gerente del centro.

Los siete profesionales que trabajan en el e-Square, que abrió en octubre del año pasado, tienen perfiles innovadores similares a los que vemos en Lanzarote: una instructora, creadores de sitios web, asesores de gestión de empresas, informáticos…

El centro de Marche-en-Famenne dispone además de un fab-lab: un taller con multitud de herramientas para hacer realidad las ideas de las mentes innovadoras, como impresoras y escáneres 3D, y maquinaria de carpintería industrial.

Al taller suele acudir, por ejemplo, un señor jubilado que está creando una réplica a escala de una cabina de avión, con todas sus piezas; o un grupo de jóvenes estudiantes que aprenden a programar robots usando ‘raspberries’, unos populares micro-ordenadores que tienen en el espacio.

El tercer lugar de Marche-en-Famenne forma parte de la red Digital Wallonia, con 21 espacios distribuidos por la región francófona (sur de Bélgica). Entre otras actividades en común, hasta 200 personas de todos los centros se reúnen una vez al año en el evento I love coworking, en el que emprendedores de toda la región intercambian experiencias.

Los espacios de coworking rural como los de Lanzarote y Marche-en-Fammene parecen tener potencial para ofrecer lo que muchos buscan en el mundo del siglo XXI: conexiones a internet de alta velocidad que permitan trabajar en exigentes proyectos internacionales o desarrollar productos innovadores destinados al mercado global. Y todo eso mientras por una ventana abierta entra el aire puro del mar o el olor a resina del bosque.

This article has been translated from Spanish.