La muerte silenciosa de los trabajadores en la India

La muerte silenciosa de los trabajadores en la India

Two workers move sandbags at a construction site in the southern Indian city of Chennai.

(Elena del Estal)

Cada mañana, en las calles de Delhi, se pueden ver grupos de hombres que esperan de cuclillas sobre el asfalto a que una camioneta les traslade a una obra. Llevan una bolsa de herramientas, la ropa desgastada y la piel curtida. Caras de abatimiento. Los obreros de la capital india levantan edificios por unas 500 rupias (6,2 euros, 7 dólares USD) la jornada. Si ese día hay hueco en la lista del patrono, subirán al vehículo. Si no, tendrán que probar suerte en una nueva jornada.

Los que se montan en la camioneta se exponen a una funesta realidad: la construcción es el sector más mortífero del país asiático con una media de 38 accidentes mortales al día. Caídas desde gran altura, electrocuciones o desprendimientos de muros y andamios hacen que uno de cada cuatro trabajadores indios de la construcción fallezca en una obra. En total, unas 48.000 personas pierden la vida en sus puestos de trabajo cada año en India, según un estudio realizado por expertos del Instituto Indio de Tecnología (IIT), una de las instituciones académicas más prestigiosas del país.

A diario aparecen en la prensa local noticias de accidentes laborales. Quince mineros quedan sepultados dentro de una mina ilegal de carbón después de una inundación. Una explosión en una tienda causa 13 muertos. Un edificio en construcción se desploma y mata a 7 obreros. Dos limpiadores de alcantarillas mueren asfixiados al derrumbarse el muro del túnel en el que trabajaban.

Es un goteo continuo, desapercibido, normalizado, que sólo llama la atención cuando las cifras son catastróficas. Como el desastre de Bhopal de 1984 (tras una fuga de gas en una planta de pesticidas, murieron 25.000 personas).

Apoorva Kaiwar, secretaria general de IndustriALL para el sur de Asia, denuncia que la falta de registros oficiales complica el cálculo real de muertes porque “muchos accidentes no son registrados”. El problema, según la responsable de esta red sindical internacional, se agrava cuando hay heridos: “Si alguien resulta herido y muere a los 15 días en el hospital o en su casa, demostrar la conexión entre el accidente y la muerte se vuelve farragoso porque esa persona quedó registrada como herida”. El tiempo se convierte en una losa cada vez más pesada en la búsqueda de responsabilidades. “Si mueres 20 años después por haber inhalado tóxicos en una planta industrial nadie se responsabiliza”, afirma.

El profesor Kumar Neeraj Jha, ingeniero civil del IIT y autor del citado estudio sobre muertes laborales en India, asegura que tras cada accidente se repite el mismo proceso para diluir obligaciones: “Cuando ocurre un accidente mortal, el empleador evade sus responsabilidades, paga una pequeña compensación a los familiares y gestiona el asunto con las autoridades locales para que no vaya a más”. Todas las fuentes consultadas por este medio coinciden en señalar que es habitual que las empresas indias no inviertan en seguridad laboral porque les sale más rentable asumir el coste de indemnizaciones en posibles accidentes que modernizar sus instalaciones para hacerlas más seguras.

En el caso de la construcción los trabajadores tampoco son capacitados porque el empleador sabe que se irán tan pronto como llegaron. “Los obreros acaban en la construcción como última opción laboral porque las condiciones son muy duras, y no son preparados adecuadamente porque el contratista sabe que estarán de forma temporal, no le interesa invertir en su formación y su seguridad”, apunta el profesor. Un informe del Instituto para el Desarrollo Humano de Delhi señalaba que menos del 30% de los trabajadores ha terminado la educación secundaria y que sólo uno de cada diez ha recibido formación específica para desarrollar su trabajo.

Un mercado laboral precario

El mercado laboral de India –un país de 1.300 millones de habitantes–, que se mueve principalmente en el sector informal, está instalado en la precariedad más absoluta. A pesar de las leyes laborales, que existen, que son fuertes y que protegen, en la práctica un trabajador vive entre contratos verbales de un día, profesiones de riesgo sin medidas de protección mínimas, infraestructuras en mal estado y herramientas obsoletas, pagos ínfimos por jornada o impagos que no se pueden reclamar –por el entramado de contratistas que se desentienden de la responsabilidad última–. En resumen: inestabilidad, inseguridad, incertidumbre.

“Se necesita una administración laboral más fuerte, esto es, más conciencia sobre la importancia de la seguridad laboral, más formación para que los empleados sepan usar la maquinaria, más inspecciones de trabajo y más personal que pueda llevar a cabo esas inspecciones”, afirma Apoorva Kaiwar.

En India sólo hay un inspector por cada 500 fábricas, según datos de British Safety Council, una organización británica dedicada a la seguridad en el trabajo.

La precariedad es tan rampante que la mayoría de los trabajadores, aun a riesgo de su seguridad, dará prioridad a su empleo: “Si en una fábrica una máquina no está funcionando apropiadamente, los trabajadores pueden decírselo al supervisor, pero éste es quien decide si se arregla la maquinaria o si se debe seguir trabajando. Si el trabajador dice que no trabaja porque considera que es inseguro, puede ser despedido, así que se calla porque necesita ese empleo y ese salario”, explica la responsable de IndustriALL.

El trabajo basado en la casta

No hay que olvidar que la pirámide laboral en India está estrechamente relacionada con el sistema de castas. A pesar de que hoy existen ocupaciones modernas libres de casta, la división del trabajo ha estado históricamente ligada a esta categoría: los miembros de una casta suelen heredar el oficio que la tradición asignó a su grupo, marcando un camino predestinado para el individuo. Así se han construido jerarquías y discriminaciones que, aun estando prohibidas, siguen a la orden del día.

“Quien observa la jerarquía laboral acaba viendo la jerarquía de castas. Es muy improbable encontrar a hindúes de castas altas realizando oficios manuales, como lo es encontrar trabajos de alto riesgo que no estén en manos de castas bajas, dalits (intocables) o adivasis (población tribal)”, asegura Gautam Mody, secretario general del sindicato NTUI. Cada día mueren tres operarios en las fábricas de la India. Cada semana pierde la vida un limpiador de desagües y alcantarillas. Ninguno es de casta alta.

En esa pirámide, dicen los expertos, los de abajo acaban normalizando abusos laborales y aceptando condiciones peligrosas, en muchas ocasiones sin ser conscientes de los riesgos a los que se enfrentan a diario.

Es un escenario de indefensión, de supervivencia, en el que alzar la voz puede suponer el despido. “Los trabajadores se pueden afiliar a un sindicato, es un derecho reconocido por ley, pero es uno de los derechos más violados porque el castigo para los trabajadores que se sindican es el despido con un pretexto u otro, es algo totalmente habitual”, afirma Kavita Krishnan, dirigente del Partido Comunista de India (PCI-ML), que sostiene que los empleadores se aprovechan de la “desesperación” de los ciudadanos por tener un empleo.

En un país con una fuerza laboral que podría situarse, según las fuentes, entre los 400 y los 527 millones de personas, donde los contratos no suelen ir por escrito, los despidos salen baratos. “¿Por qué es tan fácil despedir trabajadores? Porque la masa de gente que busca trabajo es enorme, por lo que cada trabajador puede ser reemplazado por diez candidatos incluso más baratos que vienen de todas partes del país en busca de cualquier trabajo”, dice el líder sindical Mody.

Sin embargo, las protestas laborales son muy comunes en el gigante asiático. Recientemente se ha visto en la calle a los maestros del Punjab y de Tamil Nadu reclamando un aumento de salario. En Rajastán se acaba de lanzar una macrocampaña contra el trabajo infantil en la producción de artesanías para turistas, donde se emplea a 250.000 menores de 14 años. Por primera vez los productores de material de Defensa (unos 400.000) se han unido para protestar contra la privatización de la industria.

India estrenó 2019 con una huelga general masiva. Una huelga contra las políticas “anti-empleo” del partido gobernante BJP, contra la privatización del sector público, contra el desempleo, contra la precariedad laboral, contra los planes del Ejecutivo de facilitar las inversiones de las multinacionales a costa de la desprotección de los trabajadores indios.

Una huelga por un salario mínimo de 18.000 rupias (unos 222 euros; 253 USD), por unas pensiones dignas, por una seguridad social real y por el cumplimiento de las leyes laborales.

Alrededor de 200 millones de trabajadores secundaron la protesta organizada por los diez sindicatos más fuertes del país (unos sindicatos que también se enfrentan a su supervivencia, ya que la libertad sindical es otro capítulo que quiere modificar el actual Gobierno). Era la tercera huelga general a la que se enfrentaba el Gobierno del nacionalista hindú Narendra Modi, que este mes se la juega en las urnas.

La baza de la oposición en la campaña es, precisamente, el creciente desempleo y la crisis agraria que sufre la India, promesas –de mejora de ambas problemáticas– que llevaron a Modi al poder en 2014 y que se han convertido en las lagunas de su mandato. Hoy, el líder hinduista prefiere poner el foco de atención en el peligro que supone el vecino Pakistán para avivar los sentimientos más nacionalistas de sus votantes.

This article has been translated from Spanish.