Frenar la marea de plástico para 2024 (y los riesgos de no hacerlo)

Frenar la marea de plástico para 2024 (y los riesgos de no hacerlo)

For Dung (pictured), plastic provides a livelihood and she recoils from the idea of reducing consumption: “People like me will have no jobs and we will just become beggars.” Ho Chi Minh City, Vietnam.

(Eric San Juan)

“Casi todos los que manipulan los desechos en el vertedero están enfermos de una u otra manera”, señala John Chweya, presidente de la Asociación de Bienestar de Recicladores de Kenia. “En mi vertedero en Kisumu [ciudad portuaria en la región occidental de Kenia], dos de mis compañeros fallecieron hace una semana. Por lo que pude ver, tenían señales de cáncer, pero no podemos darnos el lujo de contar con atención médica”.

“Algunos de mis compañeros sufren de dolores pero no saben por qué. La mayoría padece de infecciones bacterianas, las cuales están muy extendidas y también se han cobrado la vida de muchos recolectores que conozco. Incluso yo, hace tres semanas fui hospitalizado y diagnosticado con una neumonía que casi me lleva a la tumba. Es algo que ocurre todo el tiempo. Todas y cada una de las semanas muere un reciclador”.

Los recicladores son los trabajadores de primera línea de la adicción mundial a los plásticos que ha contaminado todos los rincones de nuestro planeta, ha invadido incluso nuestro torrente sanguíneo y amenaza con seguir estimulando indefinidamente la economía mundial de combustibles fósiles.

El pasado mes de marzo, 175 países pactaron establecer un comité de negociación internacional para acordar un tratado con instrumentos jurídicamente vinculantes destinados a frenar la marea de plástico para finales de 2024. Se espera que este acuerdo histórico cubra todo el ciclo de vida de los plásticos, desde el diseño hasta la producción y la eliminación, y establezca mecanismos que ofrezcan ayuda financiera y técnica a los países más pobres.

Por primera vez, el texto de negociación del tratado también ha reconocido el papel desempeñado por los trabajadores de la economía formal e informal.

A pesar de la creciente sensibilización a los estragos que los plásticos causan en nuestra salud y en el medio ambiente, el inexorable crecimiento del sector se asemeja a la escena de la secuencia El Aprendiz de Brujo en la película Fantasia de Disney. La producción mundial de plásticos asciende actualmente a aproximadamente 400 millones de toneladas por año, y se prevé que se esta se duplicará para 2040. Entre 1950 y 2015, inundaron los mercados mundiales 8.300 millones de toneladas métricas de plástico virgen, que en su gran mayoría terminaron como residuos. Solo alrededor del 12% de esta basura fue incinerada, lo que en sí misma no es una solución, y solo se recicló el 9%. El resto fue a parar a los océanos, o se dispersó por el suelo.

Es posible que nunca se conozca el costo total que representa para el medio ambiente, la sociedad y la economía, pero un estudio encargado por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) lo estimó en 3,7 billones de USD para el año 2019. Importe que, de no tomarse medidas, casi se duplicará para 2040, según el informe.

Para los recicladores en lugares como el este de África, la situación es grave, apunta Patrizia Heidegger, directora de políticas globales y sostenibilidad de la Oficina Europea del Medio Ambiente. “Los recicladores de la economía informal no tienen protección personal y los desechos en los que trabajan generan gases tóxicos por sí solos, aun sin ser incinerados”. A menudo, los síntomas de las enfermedades que provocan son difíciles de diagnosticar sin acceso a la atención médica.

El Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señala que vertederos como el vasto sitio de Dandora, en Nairobi, han llegado incluso a contaminar los suministros de agua. En 2018, alrededor de 200.000 personas que viven en un asentamiento informal en las cercanías conocido como Korogocho se vieron afectadas por una alerta de cólera tras la muerte de dos personas de la localidad, una de ellas una niña de 13 años.

Miles de recicladores trabajan en este sitio, a veces familias enteras, tamizando metales, plásticos y productos electrónicos sobre una montaña de basura que se extiende a lo largo de treinta acres (unas 12 hectáreas) y que puede elevarse hasta 20 pies (6 metros) en algunos lugares. “Si no recuperáramos estos materiales reciclables, llegarían el cielo”, observa Chweya. El olor rancio de los barrios pobres alrededor de Dandora es tan nefasto que “puede asfixiarte incluso antes de llegar allí”, afirma.

“Ahora tenemos suficientes datos para demostrar que los plásticos representan una amenaza para la salud humana y una amenaza en términos del cambio climático”, afirma Jane Patton, directora de campaña del Centro para el Derecho Ambiental Internacional con sede en Washington DC. “Otro campo de batalla clave será ver cómo este nuevo conjunto de datos, investigaciones y experiencias vividas por personas de todo el mundo se concreta en las negociaciones destinadas a un tratado mundial”.

Trabajo arduo y estigma social

En el centro de Nairobi, Tom Nderitu, un joven reciclador, afirma que las enfermedades que más teme son la malaria y la gripe. Esta última es un riesgo laboral debido a que su jornada de trabajo empieza a las 4 de la mañana. La primera es una consecuencia de los enjambres de mosquitos que se agitan cuando remueve montones de basura. Sin embargo, la única protección de que dispone Tom son varias capas de ropa: un suéter, una camiseta, una chaqueta y, a veces, un abrigo.

Cuando no se siente bien, Tom compra medicamentos de venta libre en dispensarios gubernamentales mal equipados. “La recolección significa caminar largas distancias para recolectar una carga de por lo menos 10 a 15 kilos a las 2 de la tarde, hora en que hace demasiado calor para continuar”, confía a Equal Times. Sin embargo, comenzar a trabajar tan temprano puede ser arriesgado porque “puedes ser atacado [por delincuentes] o ser acusado [por la policía o los vecinos] de ser un criminal”, explica.

Trabajadores como Tom no tienen permitido recoger los residuos de locales privados, a menos que hayan recibido el permiso expreso de los dueños de los negocios. “El riesgo de ser tildado de ladrón conlleva graves consecuencias. También muchas personas piensan que tú y tu carga son malolientes, por lo que no nos quieren en sus instalaciones”. “Las personas que tienen negocios apenas quieren vernos y los residentes no nos quieren cerca de sus casas”, añade.

Por lo general, la recolección de residuos es un trabajo de último recurso para las personas con poca escolaridad y aún menos opciones, pero la crisis del costo de la vida en Kenia ha obligado a llevar esta vida incluso a aquellas que han estudiado y tienen un título.

Patrick Nyamu, de 27 años, superó en 2018 una licenciatura en asesoramiento psicológico en la Universidad Internacional de África, en Nairobi, pero se negaron a entregarle el certificado que acredita su título debido a un saldo pendiente en las cuotas que asciende a casi 4.000 euros.

Ahora recoge residuos (metal, papel, plásticos y huesos) en los callejones y desagües abiertos de las fincas de Kasarani y Mwiki de Nairobi bajo un sol abrasador. Luego los vende a agentes que a su vez los venden a fábricas de reciclaje. Nyamu, huérfano a los 17 años, cuando cursaba su último año de enseñanza secundaria, fue criado por su tío. Con todo, se muestra alegre y satisfecho de poder llevar comida a su mesa. En un buen día puede ganar 4 euros. En los días más difíciles tiene que arreglárselas con solo 1,50 euros, lo justo para seguir adelante.

“Mi principal objetivo es algún día ganar y ahorrar suficiente dinero para liquidar las cuotas universitarias atrasadas, obtener mi certificado de licenciatura y buscar un empleo valiéndome de mi título”, afirma. No obstante, en medio de la creciente inflación de los alimentos y la prohibición temporal de venta de chatarra, para permitir el control de los comerciantes, esta ambición puede estar lejos de su alcance.

Ningún grupo o país ha propuesto una prohibición general de los plásticos, pero Nyamu manifiesta su temor de que estas restricciones en un acuerdo internacional perjudiquen a miles de sus contemporáneos. “Lo que necesitamos es que todas las partes interesadas piensen también en nosotros antes de introducir [una] prohibición. Tienen que recordar que nos ganamos la vida gracias al reciclado de los plásticos y que también favorecemos a los barrios recogiendo los residuos, limpiando el medio ambiente”, destaca.

Patrick Nyamu with his load of paper and plastic waste at the Maji Mazuri area of Kasarani in Nairobi, Kenya.

Photo: Maina Waruru

Tener un sitio en la mesa de negociaciones

Hasta ahora, el sindicato de recolección de residuos de Kenia ha organizado a más de 6.700 trabajadores y Chweya apunta que deberían estar representados en la mesa de negociaciones. “Nunca hemos sido visibles”, afirma. “Nuestro Gobierno nunca se ha fijado en nosotros, ni tampoco ha pensado que somos elementos importantes en toda la cadena de valor, por lo que mi mayor preocupación consiste ahora en saber cómo se negociará e implementará este tratado”.

Los sindicatos quieren que las negociaciones del tratado resulten en la formalización del sector informal con derechos de seguro médico, equipo de protección, horas de trabajo reconocidas y negociación colectiva para todos, explica. Algunos de estos temas también pueden facilitar una plataforma para organizar a los trabajadores en Kenia, con huelgas y manifestaciones de las que se habla mucho. “Se nos escuchará, y cuando llegue el momento de hacer saber al Gobierno que podemos presionar por nuestros derechos de forma contundente, muy probablemente lo haremos”, asegura.

Rebecca Okello, asesora de política climática de la central sindical de Kenia, la COTU-K, también quiere que los derechos de los trabajadores sean más amplios. “Cualquier negociación encaminada a la elaboración de un tratado sobre los plásticos debe tener lugar en el marco de una transición justa y de forma inclusiva, de manera que las Naciones Unidas no dejen a nadie atrás y donde se escuche a todos”, abunda. “Esto significa que las negociaciones deben incluir organismos e instituciones como los sindicatos para que se escuche la voz de los trabajadores”.

Más de 100.000 personas trabajan formal e informalmente en la industria del plástico y el caucho en Kenia. Nunca antes se consultó a los recicladores sobre decisiones fundamentales como la prohibición de las bolsas de plástico en 2017, lo que causó más de 300 pérdidas de empleo en el sector formal (desconociéndose las cifras en el informal). Los que perdieron su empleo se quedaron sin medios de vida alternativos, un problema importante para los trabajadores del sector informal, entre los que hay algunos que temen también que la formalización de su sector pueda provocar la externalización de su trabajo.

Deambulando por Ciudad Ho Chi Minh

Un viernes por la noche en Ciudad Ho Chi Minh, Dung, de 50 años, empuja su viejo carrito cargado con lo recolectado durante las últimas horas: un ventilador estropeado, algunas botellas de plástico, cartón y un pedazo roto de plástico duro.

Dung es una de las miles de ve chai (recicladores informales), en su mayoría mujeres, que intentan encontrar algo de valor en la basura que queda en las concurridas calles de la ciudad vietnamita y en sus contenedores de basura. Este trabajo fue su última opción cuando dejó la casa de sus padres hace diez años y se mudó a la ciudad en busca de oportunidades. “Comencé en esto porque soy muy pobre y tengo que pagar mi alquiler”, relata a Equal Times. “Salgo a la calle todos los días a las 6 de la mañana y termino alrededor de las 8 de la noche, a veces más tarde, incluso a medianoche”.

Aparte de los metales, que rara vez encuentra, las botellas de plástico son los materiales más valiosos para ella, los que tienen más probabilidades de ser comprados por pequeños comerciantes de chatarra que a su vez los venderán a distribuidores más grandes. El precio que pagan cambia todos los días, pero ronda los 3.000 dong (0,12 €) por kilo de botellas de plástico o vidrio. En un día muy bueno, Dung puede ganar hasta 50.000 VND (2 €), pero en uno normal, no más de 30.000 o 40.000, lo suficiente para pagar el alquiler de su habitación y algunos alimentos básicos. “A menudo me regalan comida y alimentos por caridad”, explica.

Los precios de los residuos son determinados por los distribuidores y Dung asegura que su vida sería mejor si recibiera un precio mínimo por kilo de la basura que recoge. A pesar de pasar todo el día deambulando por las calles, respirar el humo generado por el tráfico de una de las ciudades más contaminadas del sudeste asiático y recoger los residuos en condiciones insalubres, Dung insiste en que “este trabajo no es nada peligroso”. “Uso guantes y una mascarilla. También tengo un palo y lo uso para separar los residuos”.

La mascarilla y los guantes de Dung están sucios. No puede permitirse reemplazarlos y camina entre la basura sin más calzado que sus viejas chanclas. No puede permitirse ir al médico y, cuando se siente mal, confía en el consejo del farmacéutico. Su mayor temor es la policía, que a veces la ahuyenta (cuando hay demasiados recicladores en un área) para darle al vecindario una “mejor” imagen.

Para Dung, el plástico le proporciona un medio de vida y rehúsa la idea de reducir el consumo: “Si hay menos plástico en la calle será muy difícil”, apunta. “La gente como yo dejará de tener trabajo y nos convertiremos en mendigos”.

No todos los recicladores experimentan las mismas dificultades. Le Thi Thong, de 45 años, eligió la recolección de residuos como medio de vida. También podría haber elegido trabajar para una fábrica cerca de su ciudad natal en el norte de Vietnam o convertirse en empleada del hogar en Ciudad Ho Chi Minh. Su comercio de recolección de residuos genera alrededor de 7 millones de dong (280 €) al mes, lo suficiente para alquilar una habitación pequeña, pero decente y bien equipada, y ahorrar algo de dinero.

Cuando inició su actividad, amigos del gremio la ayudaron a encontrar una red de restaurantes y empresas que venden sus desechos, los cuales ella vende a su vez a un precio más alto a los comerciantes de chatarra. A Thong no le importa que algunos consideren que su trabajo es sucio, ya que le permite tener horarios más flexibles que los de una fábrica y una remuneración similar. Cada día decide si sale a recoger los residuos o va a comprarlos a restaurantes y empresas para venderlos a los centros de recolección.

Durante la pandemia de covid-19 no estuvo permitido salir a recoger residuos durante varios meses, un tiempo en el que, como trabajadora informal, no recibió ningún tipo de ayuda. Se las arregló con sus ahorros y la generosidad de su casero que, por suerte, le redujo el alquiler.

“Tan importante como el Acuerdo de París sobre el clima”

Para trabajadoras como Thong y Dung, las negociaciones encaminadas a un nuevo tratado sobre el plástico apenas tienen cabida en su vida. Sin embargo, su impacto podría ser “potencialmente tan importante como el Acuerdo de París [sobre el cambio climático]”, comentó a Equal Times un funcionario bien ubicado de la Unión Europea que pidió permanecer en el anonimato.

Sin embargo, al igual que en el Acuerdo de París, diferentes países se disputan diferentes resultados. En el período previo a la conferencia de la Asamblea de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente del mes de marzo, en la que se acordó el calendario del tratado, una ambiciosa resolución redactada por Perú y Ruanda se topó inicialmente con una propuesta japonesa más limitada centrada únicamente en la contaminación marina

Los expertos señalan que los países de África, América Latina y Europa suelen mostrarse por lo general más ambiciosos que los de Asia, concretamente Japón, India y China. Las divisiones nacionales reflejan en gran medida los intereses de cada país en los sectores de la producción, el refinado y la eliminación del plástico.

La demanda de materias primas petroquímicas, generada por la desmedida fabricación de plásticos, representó alrededor del 14% de la demanda de petróleo en 2017. La Agencia Internacional de Energía indica que este será “el motor clave” del crecimiento del petróleo en las próximas tres décadas a medida que se reduzcan las emisiones de otros sectores.

La agencia prevé que casi la mitad del crecimiento total de la demanda de petróleo de aquí al año 2050 va a provenir de los productos petroquímicos.

Sin embargo, la industria del sector de los combustibles fósiles también es una parte interesada importante en el proceso de negociación, y los negociadores advierten de su capacidad para influir en las conversaciones. “Creo que su poder de presión es bastante fuerte”, destacó el funcionario europeo a Equal Times. La estrategia de la Unión Europea sería “mantener nuestra narrativa actual”, y, añadió para concluir: “Cualesquiera que sean las medidas que tomemos, no irían en contra del plástico propiamente dicho. En realidad, se trata de promover un uso del plástico compatible con una economía circular, pero identificando y, de ser posible, eliminando el uso de plásticos que resulta perjudicial para el medio ambiente”.

Por consiguiente, las prioridades de acción de Europa se centrarán en los plásticos de un solo uso y en aquellos con capacidad para infiltrarse rápidamente en el medio ambiente, y no en los plásticos no tóxicos cuyo uso puede durar un largo período de tiempo, como en los edificios, donde su durabilidad es de 50 años.

Microplásticos

La mayoría de los plásticos no se degradan. Más bien se fragmentan en partículas más pequeñas conocidas como microplásticos y nanoplásticos. Se han encontrado microplásticos en casi todas partes, desde las placentas de los bebés por nacer hasta las fosas marinas más profundas del mundo. Un anfípodo recién descubierto en 2020 encontrado a una profundidad de más de 6.000 metros en la enorme y casi insondable fosa de las Marianas recibió su nombre del plástico que había contaminado su intestino, Eurythenes plasticus.

Los desechos plásticos mezclados con sustancias químicas matan la vida marina, obstruyen las vías fluviales y han creado un vórtice flotante de basura en el Pacífico que, con una superficie estimada de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, es tres veces más grande que Francia. También en los suelos, los plásticos enterrados en las profundidades de los vertederos pueden lixiviar sustancias químicas nocivas que se infiltran a las aguas subterráneas y afectan a la salud humana.

Los trabajadores de la industria manufacturera y de otros sectores pueden estar particularmente expuestos a altas concentraciones de monómeros, a menudo cancerígenos, como los bisfenoles. Los científicos relacionan la exposición a esta sustancia con el cáncer de mama, la infertilidad, la pubertad temprana, la diabetes, la obesidad y los trastornos neurológicos en los niños.

Aditivos como los ftalatos, comúnmente utilizados en la producción de cloruro de polivinilo (PVC), también han sido relacionados con los trastornos reproductivos, la resistencia a la insulina, el asma y el trastorno por déficit de atención e hiperactividad.

Muchos de estos daños se clasifican como “alteradores endocrinos”, ya que los monómeros y aditivos pueden imitar el comportamiento de las hormonas humanas, es decir, el sistema endocrino, que señalan cambios en el organismo como el crecimiento, el desarrollo sexual y la modificación del metabolismo. Un estudio estimó que solo en Europa el costo sanitario que representan las sustancias químicas que funcionan como alteradores endocrinos oscilan entre 150.000 y 270.000 millones de euros al año.

Una batalla decisiva

En este contexto, la cuestión de decidir si el texto de un posible tratado sobre los plásticos ha de incluir la producción y polimerización del plástico a partir de materias primas que como el petróleo y el gas forman parte de su ciclo de vida completo será “una batalla decisiva”, a juicio de Patton, del Centro de Derecho Ambiental Internacional. Es probable que haya otro enfrentamiento por la cuestión de los compromisos vinculantes. “El tratado será menos efectivo si algunas de sus disposiciones fundamentales como los objetivos de rediseño y reducción, son voluntarias”, asegura.

No obstante, los ecologistas prevén la intencionada generalización por parte de la industria de conceptos asociados al ‘lavado verde’ tales como la “neutralidad plástica”, los “créditos de plástico” y el “reciclaje químico”, y podrían influir en los negociadores. Las empresas de combustibles fósiles ya están presionando para quitar fuerza al resultado final del tratado, apunta Patton, y probablemente redoblen sus esfuerzos cuando las negociaciones comiencen en serio.

“Desde hace muchos años, las empresas de petróleo y gas han considerado los plásticos y los petroquímicos como su salvavidas frente a una mayor sensibilización con respecto al cambio climático”, explica a Equal Times. “Estas empresas están buscando su margen de beneficio futuro y lo encuentran precisamente en los petroquímicos y los plásticos. Este tratado podría ser la primera línea de defensa contra la destrucción”, apunta. “¿Cree que van a combatirlo? ¡No le quepa la menor duda!”.

Muchos grupos de la sociedad civil, y algunos Estados, también han comenzado a pedir una disposición que limite la producción de los plásticos vírgenes más tóxicos. “Se plantea la cuestión de saber qué materiales y productos plásticos podemos eliminar rápidamente por completo, ya que podemos vivir bien sin ellos”, explica Heidegger, de la Oficina Europea de Medio Ambiente. Sin embargo, el funcionario de la Unión Europea que pidió su anonimato advirtió que “si llega a plantearse [esta propuesta], habrá una lucha sin cuartel”.

Actualmente, la Unión Europea prefiere que los planes de acción nacionales repercutan en los volúmenes de plásticos en circulación. “No es lo mismo que decir que se quieren restricciones legalmente vinculantes a la producción y el consumo”, apunta el funcionario. Heidegger, por su parte, aboga por volver a un sistema de “envases alimentarios reutilizables para todos los productos alimenticios y bebidas donde existan alternativas disponibles, y estas alternativas existen para la mayoría de ellos”.

Los plásticos más perjudiciales suelen ser los más difíciles de reciclar, y los materiales de embalaje en la actualidad rara vez se diseñan teniendo en cuenta su reutilización. Los debates decisivos también están a la espera de mecanismos y modelos financieros para ayudar a los países más pobres a abandonar el plástico.

Sin embargo, por primera vez, el texto de negociación del acuerdo reconoce “la importante contribución de los trabajadores en contextos informales y cooperativos a la recolección, la clasificación y el reciclaje de plásticos de muchos países”.

Tom Grinter, director de productos químicos y farmacéuticos de IndustriALL Global Union, afirma que el éxito de un resultado dependería de la inversión y la legislación de las instancias gubernamentales para construir una infraestructura de economía circular y formar a los trabajadores para que nadie se quede atrás. “Toda transición puede gestionarse a través del diálogo social de buena fe, y los sindicatos deben estar representados en las instancias decisorias, con acceso a la información y plenos derechos de consulta”, apunta. “Los acuerdos entre empleadores y sindicatos pueden establecer mecanismos para todos estos aspectos a nivel de la planta y la empresa, así como a nivel nacional y mundial. Nada sobre nosotros sin nosotros”.

Arthur Neslen, autor principal, contó con la cobertura de Eric San Juan, desde Vietnam, y Maina Waruru desde Kenia.

La realización de este reportaje ha sido posible gracias a los fondos de la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES).