En los últimos 18 años las escuelas públicas polacas han desarrollado un programa de clases militares (también llamadas clases uniformadas) destinado a adolescentes de entre 16 y 19 años de edad, aunque algunas de las escuelas permiten matricularse incluso a los 13 años.
El programa, considerado una "innovación pedagógica", se desarrolla dentro del marco de la asignatura Educación para la Seguridad. Como tal, no está oficialmente reconocido por el Ministerio de Educación Nacional, pero goza de una creciente tutela del Ejército polaco, sobre todo desde la llegada al poder del partido ultraconservador Ley y Justicia en octubre de 2015.
Las primeras clases de este tipo fueron creadas en 1999 y apenas despertaron interés. La tendencia no obstante ha cambiado de manera significativa en los últimos años y parece continuar al alza.
“A principios de 2017 había en Polonia cerca de 560 escuelas que ofrecían este tipo de clases, lo cual permite estimar el número de alumnos en unos 57.000. Pero nadie dispone de datos exactos”, afirma uno de los empleados (que prefirió mantener su anonimato) de la empresa Sortmund, especializada en la entrega de uniformes para la mayoría de los servicios uniformados en Polonia y para las escuelas que ofrecen este tipo de enseñanza. La cifra queda difícil de confirmar ya que el Ministerio de Educación Nacional efectivamente no dispone de datos.
Desde que cayó el régimen comunista en 1989 los cambios en Polonia se han producido a un ritmo vertiginoso. El rápido desarrollo económico no ha beneficiado equitativamente a toda la población, y el mercado laboral ha dejado al trabajador completamente desprotegido.
Muchos de los jóvenes que escogen la enseñanza militar consideran al Ejército y Policía como los empleadores más seguros, y esperan conseguir trabajo gracias a este programa.
La organización de las clases militares se deja en manos de cada escuela, que decide de manera independiente el contenido detallado del curso. Pero las prácticas se llevan a cabo en colaboración con el Ejército polaco, con otros cuerpos de seguridad del Estado, o con organizaciones paramilitares privadas.
Muchos de los adolescentes que eligen esta enseñanza, por lo menos en principio, tratan el curso como una aventura interesante o se sienten fascinados por la parafernalia militar. Pero la mayoría apunta intereses laborales como un factor principal.
“Aquí, por mucho que estudies, si no tienes contactos no vas a encontrar trabajo”, dice Paulina (17 años), alumna de la clase uniformada del II Instituto de Brzeg. “Mucha gente se va fuera, como mi prima, y no piensa volver. Si hubiera podido construir este país desde cero, el trabajo habría sido mi prioridad”, añade.
Las organizaciones paramilitares que florecen en Polonia desde hace años reagrupan tanto a soldados como a simples apasionados por lo militar y se rigen por valores conservadores, vinculando patriotismo e identidad nacional a la religión. Glorifican la disciplina, la buena condición física y la capacidad de resistencia en cualquier entorno. Además, reclaman la liberalización del mercado de armas y promueven la disposición al combate en cualquier momento.
Los paramilitares que trabajan en las escuelas no tienen obligación de demostrar sus aptitudes pedagógicas. El criterio es más bien la praxis militar y la disponibilidad, ya que a menudo realizan sus tareas de manera voluntaria. Las actividades que proponen pueden ser muy variadas: desde primeros auxilios, topografía, educación física e instrucción militar hasta campamentos de supervivencia y tácticas de combate.
“Se trata de una preparación general”, explica Sebastian Lipinski, instructor al mando de la Unidad 3060. “Los alumnos aprenden cosas que les pueden ser útiles en la vida. Tal vez no todos querrán luego ser soldados, pero ya tendrán una experiencia adquirida. Creo que todos deberían saber usar armas. Poseer una es un asunto individual. Algunos coleccionan coches, otros armas. Debe haber algún tipo de reglas, por supuesto, pero debe ser facilitado en lugar de obstaculizado”.
Los objetivos de los paramilitares van de la mano de la política desplegada por el gobierno actual. Así lo expresa la Guía para el tirador, un libro publicado en 2016 por el Ministerio de Defensa de Polonia y dirigido a organizaciones paramilitares y escuelas que tengan clases militares en su oferta escolar. El manual, no disponible para el público en general y enviado directamente a las escuelas y organizaciones paramilitares, fija el marco básico del programa con intención de unificarlo en todo el territorio. El contenido se divide en tres grandes áreas: formación logística, entrenamiento de combate militar, y educación cívica y fomento del patriotismo.
“Los valores que queremos transmitir se resumen en tres palabras: Dios, Honor y Patria”, explica Sebastian Lipinski. “Promovemos la integridad tomando [los extintos] Soldados Inquebrantables como ejemplo. Cada alumno elige a su referente, aprende su biografía y pone su apodo de guerra en el uniforme”.
Los Soldados Inquebrantables (llamados también Malditos) fueron miembros del Ejército Nacional, el ala armada del Estado secreto polaco durante la Segunda Guerra Mundial. Perseguidos por el régimen comunista, hoy son elevados a rango de héroes nacionales. Sin embargo, algunos estuvieron involucrados en asesinatos de civiles polacos de origen bielorruso –asesinatos que tuvieron lugar en el noreste de Polonia hace 70 años–. Muchos polacos evitan hablar de estos temas al tiempo que desde instancias gubernamentales se minimiza la magnitud de aquellos hechos o se cuestiona la veracidad de algunos testimonios.
El patriotismo, en el sentido de la obligación moral de defender la patria, se reafirma hoy en Polonia como el valor supremo. El Gobierno vincula la identidad nacional a la religión, subrayando los valores cristianos hasta en el Ejército. En paralelo, modos de vida más liberales están considerados como una imposición occidental inmoral y peligrosa. Este discurso resuena en las clases militares desde hace años y ahora empieza a dar sus frutos.
“Lo más urgente en Polonia es reconstruir la identidad nacional”, dice Szymon Kozieja, alumno que sigue el currículo militar desde hace dos años. “Nos hemos alejado mucho de la religión y del patriotismo. Hemos desarrollado un estilo de vida más occidental, basado en la lógica individualista y el consumismo. Hace falta volver a las raíces cristinas y desarrollar una lógica más comunitaria. Occidente no puede imponernos sus valores. Somos los dueños de este país y somos nosotros quienes deberíamos dictar las reglas”.