Cómo prevenir una “pandemia” de salud mental

Cómo prevenir una “pandemia” de salud mental

Alcohol consumption and abuse have increased during the pandemic.

(AFP/Laurent Perpigna Iban/Hans Lucas)

Empieza con un latido acelerado del corazón, le sigue el temblor, los sudores, los escalofríos, la dificultad para respirar. “¿Estoy teniendo un ataque de pánico?”, se preguntaron 3,4 millones de personas en el mes de marzo de 2020 –o lo que es lo mismo, le preguntaron a Google–. Fue la mayor consulta a gran escala registrada sobre este tema por el buscador.

Que la pandemia de covid-19 ha pasado factura a la salud mental es algo que hoy nadie discute. El miedo a la enfermedad, la incertidumbre, la soledad, situaciones extremas como el confinamiento, la paralización del empleo y las escuelas han provocado un aumento evidente en los niveles de estrés y ansiedad, sobre todo en poblaciones de riesgo como los sanitarios.

Casi la mitad del personal sanitario en España mostró síntomas de ansiedad, depresión o estrés postraumático durante la primera ola de la pandemia, concluye el proyecto de investigación MindCovid, uno de los 140 estudios que ahora mismo hay en marcha a nivel mundial para rastrear las secuelas psicológicas de esta crisis. El problema –destaca MindCovid– es que muchos de estos síntomas se mantienen un año después.

“Ha bajado en general bastante menos de lo que esperábamos, se mantiene muy igual. Por ejemplo, el impacto de la depresión ha bajado un cuarto, pero sigue muy alta, eso nos preocupa”, explica a Equal Times el investigador y responsable del estudio Jordi Alonso. Su equipo ha detectado la misma tendencia entre la población general y en otros colectivos vulnerables como los pacientes de covid.

Un año después, las cicatrices de la pandemia duelen casi tanto como las heridas y se espera que ese dolor siga prolongándose en el tiempo, incluso después de recuperar la normalidad.

“Aunque se llegue a la inmunidad y estemos vacunados, los problemas de salud mental, los más severos, seguirán. Ellos no funcionan tan rápido, necesitan un periodo de latencia”, cuenta Ximena Goldberg, psicóloga clínica e investigadora del Instituto de Salud Global de Barcelona. Goldberg participa en otro estudio que, además de medir los síntomas, también atiende a condicionantes sociales como el empleo, la vivienda o la precariedad económica. Todos ellos factores de riesgo con potencial para acelerar cualquier trastorno emocional. Ya lo demostró el crack financiero de 2008: un año después, la tasa de suicidios –muy vinculada a la depresión– creció un 4,2% en Europa, sobre todo en los países más afectados por el desempleo.

“Lo esperable es que a lo largo de este año y el que viene se vayan incrementando los problemas”, advierte Goldberg, especialmente en mayores, mujeres, desempleados, adolescentes, personas con duelos sin resolver, pacientes con problemas previos de salud mental –y cuya atención se vio alterada en la pandemia–. “Un pequeño tsunami de usuarios con problemas complicados”, apunta Jordi Alonso, que el sistema todavía no está en condiciones de asumir.

La pariente pobre

Una de cada cuatro personas tendrá problemas de salud mental a lo largo de su vida. Son estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) muy anteriores a la pandemia de covid-19. Desde 1990, el número de personas con depresión o ansiedad se ha duplicado hasta alcanzar los 615 millones, un 10% de la población global.

Hoy se sabe que estos pacientes presentan tasas más altas de mortalidad, que el dolor psíquico puede predisponer a problemas físicos como el infarto o la diabetes, que la depresión es la segunda causa más frecuente de discapacidad y el suicidio la cuarta más frecuente de muerte entre los jóvenes (de 19 a 29 años).

El coste total de esta mala salud mental representa cada año entre el 3,5 y el 4% del PIB en los países de la OCDE debido sobre todo a bajas laborales y prestaciones por discapacidad. Sin embargo, los gobiernos aún destinan a la salud mental menos del 2% de sus presupuestos nacionales de salud.

“La salud mental es el pariente pobre de la inversión sanitaria y la investigación”, reconoce Antonio Cano, catedrático de Psicología y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés. “El problema es la falta de conocimiento, se desconoce mucho por parte de la población, del personal sanitario y de los investigadores”.

Como destaca el último Atlas de Salud Mental de la OMS, las carencias afectan a todos los países sin importar la renta, si bien en regiones como África o sudeste asiático el gasto per cápita es hasta veinte veces menor. Además, en algunas de estas zonas los ciudadanos deben pagar los servicios de salud mental de su propio bolsillo.

En Europa, aunque el tratamiento es público, arrastran otros problemas como las largas listas de espera, debido sobre todo a la falta de personal. Hoy la media global es de nueve trabajadores de salud mental por cada 100.000 habitantes. Desde la OMS llevan años pidiendo que se aumente la inversión porque, además, es más rentable. Cada dólar que se invierte en mejorar el tratamiento de trastornos como la ansiedad o la depresión rinde por cuatro, precisamente por el ahorro de todos los costes laborales y sanitarios que supone no tratarlas bien.

La primera línea

A menudo llegan aquejados de dolores de cabeza, problemas intestinales, cansancio, insomnio o dificultad para concentrarse. Otros –los menos– ya intuyen que la raíz proviene de un dolor que no se ve.

Los centros de Atención Primaria son el primer filtro de la salud mental. Entre un 40 y un 50% de sus consultas están relacionadas con un posible trastorno de depresión, ansiedad o somatización. “Lo más frecuente es que se presenten pacientes con múltiples quejas de tipo físico que exploras, analizas y no encuentras nada. Son casos complicados que tardamos en diagnosticar”, explica a Equal Times Vicente Gasull, coordinador del grupo de trabajo de Salud Mental en la Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria.

“Durante la pandemia ha habido muchos casos, pero creo que de verdad están apareciendo ahora, muy relacionados con las secuelas sanitarias y económicas como la pérdida de empleo. Luego están los adolescentes, está habiendo un aumento de las autolesiones y consumo de sustancias, sobre todo alcohol”. Sin embargo, los recursos de los que disponen estos médicos son limitados, tanto en tiempo –las consultas de Atención Primaria duran en torno a 5 minutos para la mitad de la población mundial–, como en formación. “Los médicos de Atención Primaria no tenemos una formación excesivamente intensa en términos de psicoterapia”, admite Gasull.

En estas circunstancias y, a falta de alternativas, los médicos recurren al remedio más inmediato: los fármacos.

Antidepresivos, ansiolíticos y tranquilizantes como las benzodiacepinas cuyo consumo se ha disparado a pesar de los peligros que comporta para la salud como la adicción, el riesgo de accidentes y caídas o el deterioro cognitivo en mayores de 65 años. Razones por las que la propia OMS desaconseja su prescripción.

“Ese fármaco se utiliza cuando hay un ataque de pánico porque disminuye rápidamente los síntomas, pero esa no es la solución”, asegura Antonio Cano. “Hacer terapia sobre el manejo de las emociones tiene un porcentaje de recuperación confiable mucho más alto, en concreto 3 o 4 veces superior”.

Cano basa su afirmación en los resultados de PsicAP (Psicología en Atención Primaria), un ensayo que él mismo dirige para comprobar la eficacia de incorporar psicólogos clínicos en Atención Primaria. Un sistema que viene aplicándose con éxito en Reino Unido desde 2008.

Disponer de psicólogos en los centros de salud permitiría reducir el consumo de fármacos, detectar problemas emocionales a tiempo y evitar que se vuelvan crónicos. Además, resultaría más barato. Siete sesiones de terapia suponen, según PsicAP, un coste de 27,4 euros por persona. “Más costoso es seguir teniendo pacientes que vienen todas las semanas a su centro de salud y van sumando consultas a especialistas, pruebas médicas y encima no se curan”.

Vacunas para la depresión

Pedir cita al psicólogo en el centro de salud con la misma naturalidad con la que uno va a la enfermería es también una buena forma de normalizar la salud mental, de minimizar el estigma que aún existe. Como advierte el doctor Vicente Gasull, “la enfermedad mental sigue siendo tabú, muchos tienen miedo a reconocerlo. Hasta hace poco, sobre todo entre los varones, se veía como un signo de debilidad, de fallo de carácter. Por eso, tienden a ocultarlo y se cronifica”.

Eliminar el tabú, hacer comprender a la población que la salud mental es un derecho y no un artículo de lujo, es una manera de evitar futuros problemas.

Hay países más avanzados en esta tarea como Australia. Allí a través del programa Head to Health, el Gobierno lleva años trabajando en la prevención de trastornos emocionales mediante el uso de la tecnología. También en España hay en marcha un ensayo para comprobar si es posible prevenir la depresión a través de una aplicación de móvil.

“Las intervenciones preventivas tienen una efectividad de entre el 20 y el 40% de evitar nuevas depresiones”, señala Juan Ángel Bellón, investigador del Instituto de Investigación Biomédica de Málaga, que participa en este ensayo.

Al igual que las aplicaciones diseñadas para medir los pasos, la suya monitoriza otros aspectos como el ejercicio físico, las relaciones sociales, el sueño o la frecuencia de pensamientos negativos. “Usamos un algoritmo predictivo, podemos predecir si te va a dar depresión dentro de un año”, cuenta Bellón. Cuando ese riesgo se detecta, la misma aplicación propone pautas para prevenirlo. “Funciona como una vacuna para la depresión. Como hacer una gimnasia del ánimo”.

Se puede hacer prevención a través del móvil, en las escuelas, en los centros de trabajo, pero la salud mental –como recuerda la psicóloga Ximena Goldberg– también se protege con políticas públicas. “Las ayudas directas a las familias son muy importantes, que tengan la seguridad de una casa, de un plato de comida. También regularizar el teletrabajo, que los trabajadores estén protegidos, diseñar ciudades más verdes, generar espacios de ayuda mutua entre los vecinos”. Todo eso también previene.

La Organización Mundial de la Salud considera que toda emergencia debería entenderse como una oportunidad para implantar mejores sistemas de atención a la salud mental. Ocurrió en crisis humanitarias como la de Afganistán, tras la caída del gobierno talibán en 2001, o Indonesia tras el tsunami de 2004. A las puertas de una nueva pandemia, la ventaja –a diferencia de la covid-19– es que esta vez avisa con tiempo.

This article has been translated from Spanish.