Los diez pasos que conducen al desastre

En una era en la que apenas parpadeamos cuando una sonda espacial aterriza en un asteroide, ¿cómo es posible que las grandes industrias sigan matando con los mismos métodos de siempre? Un novedoso y reciente estudio demuestra que no es la falta de conocimientos sino la falta de voluntad lo que propicia los “diez pasos hacia la muerte y el desastre”.

En una era en la que apenas parpadeamos cuando una sonda espacial aterriza en un asteroide, ¿cómo es posible que las grandes industrias sigan matando con los mismos métodos de siempre?

El Profesor Michael Quinlan ha estudiado las causas de los siniestros en los lugares de trabajo y ha llegado a una conclusión clara. La falta de voluntad y no la falta de conocimientos propician los “diez pasos hacia la muerte y el desastre”.

El estudio realizado por el profesor Quinlan pone de manifiesto que la obtención, transformación y utilización de las cosas que ocupan un espacio importante en nuestras vidas, desde los alimentos, combustibles hasta los productos del hogar, puede tener un costo humano elevado. “En la minería, además de la electrocución y los accidentes ocurridos con las máquinas y equipos, las causas de la muerte de mineros –incendios, explosiones, derrumbamientos, caídas de altura, infiltraciones/inundaciones y asfixia– se conocen desde hace cientos de años”, señala Quinlan. Esto plantea, según él, una interrogante inquietante.

“Con el acervo de información del que disponemos sobre las causas de la muerte y los desastres, ¿cómo es posible que se produzcan aún explosiones mortales como la de la mina Upper Big Branch en los EE.UU. y la mina Pike River en Nueva Zelandia, que provocaron la muerte de 29 mineros en 2010?”

Como experto en la gestión de la seguridad de la Universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, afirma que estos incidentes repetitivos o “fallos sistemáticos”, se deben generalmente a causas sorprendentemente similares.

Así pues, cuando una fábrica de productos explota o una mina se derrumba, no son la inevitable consecuencia de nuestra ansia de ‘cosas’. “Los fallos y deficiencias son el resultado de una decisión consciente de los responsables de los centros de trabajo, de los Gobiernos o de quienes se encargan de aplicar las leyes relativas a la seguridad”, indica.

Quinlan acaba de concluir el examen de las investigaciones oficiales de 23 accidentes mineros mortales en cinco países: Australia, Reino Unido, Canadá, Nueva Zelandia y Estados Unidos, en el período comprendido entre 1992 y 2011. Las conclusiones, que describe en este nuevo libro, Ten pathways to death and disaster, revelan las 10 causas recurrentes y sistemáticas de los siniestros.

1. Defectos de ingeniería, diseño y mantenimiento;
2. Hacer caso omiso de las señales de advertencia;
3. Errores en la evaluación de riesgos;
4. Errores de los sistemas de gestión;
5. Errores del sistema de auditoría;
6. Presiones económicas o perspectivas de recompensas que ponen en peligro la seguridad;
7. Carencias en la supervisión reglamentaria;
8. Hacer caso omiso de las inquietudes planteadas por los trabajadores o los supervisores;
9. Falta de confianza y de comunicación entre los trabajadores y la dirección; y
10. Fallos al aplicar los procedimientos de emergencia y de rescate.

Entre los errores sistemáticos más comunes están los fallos de diseño, ingeniería y mantenimiento, la negligencia ante los avisos de advertencia, los errores de los sistemas de gestión, el desinterés por las inquietudes manifestadas por los trabajadores y las carencias en los procedimientos de emergencia y en la supervisión reglamentaria.

Quinlan constató que los sistemas que prevén una participación activa de los trabajadores – y sindicatos – eran más seguros. Citó el ejemplo de una modificación legislativa de finales de la década de los noventa por la que se preveía la contratación a tiempo completo de responsables sindicales de la seguridad en los principales estados mineros de Australia. Desde entonces, no ha habido ningún accidente minero en un período en el que se ha registrado un crecimiento sustancial en el sector.

En su estudio también examina los siniestros laborales en otros lugares de trabajo de alto riesgo como la aviación, las instalaciones de alto riesgo, como las fábricas, las plataformas petroleras y las refinerías, entre 1980 y 2011, en países muy diversos.

En esos casos también constató la presencia “recurrente y notoria” de que las mismas deficiencias en esos accidentes, en particular en el incendio en la refinería Texas City Refinery de BP en 2005, en el murieron 15 trabajadores subcontratados, y la catástrofe de la plataforma petrolera Deepwater Horizon en 2010, que se cobró la vida de 11 trabajadores, causando además daños tremendos al medio ambiente.

“La casi totalidad de esos incidentes se debieron a causas previsibles y prevenibles. En la mayoría de los casos, mucho tiempo antes de que se produjera el accidente, se habían constatado errores graves que fueron ignorados por la dirección. Las autoridades reglamentarias no atendieron esos fallos por falta de recursos o de medidas de observancia eficaces”, señala.

De manera reiterada se comprobó que había habido presiones para recortar gastos y aumentar la producción. Otra de las deficiencias recurrentes constatadas fue el recurso a la subcontratación a múltiples niveles, que favorece la reducción de gastos y fractura los sistemas de salud y seguridad en el trabajo. Recordó el terrible incendio en la fábrica de productos químicos de AZF en Francia en 2001, en el que fallecieron 28 trabajadores y un estudiante, y 30 otras personas resultaron gravemente heridas.

Según Quinlan: “Los cambios en la organización del trabajo como la racionalización y la reestructuración pueden rápidamente erosionar hasta los más sólidos sistemas de seguridad”.

Algunas de las explicaciones más comunes sobre la siniestralidad y mortalidad laboral no resistieron a un examen profundizado. Quinlan concluyó que los siniestros no habían sido causados por la complejidad de la tecnología, el desconocimiento de los riesgos, una escasa cultura de la seguridad o meros errores humanos.

Los comportamientos “inseguros” fueron como máximo “el último fallo de un sistema gravemente socavado”. De todas formas, el comportamiento inseguro es condicionado y alentado por la dirección, que es responsable de la deficiente formación y supervisión, de la presión por la productividad, los incentivos de remuneración y las primas, y el recurso a los subcontratistas.

“Mis conclusiones pueden servir de guía clara para la adopción inmediata de medidas”, dice Quinlan. “Por desgracia, la actual economía política de la seguridad hace que sea improbable que eso ocurra, a no ser de forma esporádica y parcial”.

El libro dirige una severa crítica a un sistema que valora muy poco la vida humana. Quinlan escribe: “Desde la perspectiva de la economía política, la seguridad, en particular los siniestros laborales, solo pueden entenderse en el contexto de la distribución de la riqueza y del poder dentro de la sociedad, y los paradigmas de política social dominantes que privilegian a los mercados y los beneficios, la producción y el crecimiento económico en detrimento de la seguridad”.

En los cinco países examinados por Quinlan, se constató que la “necesidad” de reducir la carga reglamentaria o los “trámites administrativos” en los negocios era el mantra omnipresente, “lo que es totalmente absurdo cuando se trata de leyes sobre la seguridad laboral, cuyo objetivo es atajar el derrame de sangre en el trabajo” señala Quinlan.

“La incapacidad de los Gobiernos para pedir cuentas a las juntas directivas por las decisiones que afectan la seguridad y su complicidad en el debilitamiento de los sindicatos y de la participación de los trabajadores, también ha limitado la motivación para aprender. El enjuiciamiento, ya no digamos la condena o el encarcelamiento, de los directores cuyas decisiones –en particular su incapacidad para examinar las consecuencias de esas decisiones en la seguridad– contribuyeron a las muertes de trabajadores, es muy raro y, cuando ocurre, se limita en general a las empresas más pequeñas”.

En el libro, Quinlan dice que los directores se permiten el lujo de elegir las cuestiones por las que están dispuestos a aceptar responsabilidad. “Los directores asumen como propios los éxitos financieros de las organizaciones pero muy pocos parecen aceptar la correspondiente responsabilidad por los errores que resultan en la muerte de los que trabajan para ellos”, escribe. “Que esta extraña situación se acepte como normal pone de manifiesto el verdadero significado de la retórica de que la seguridad es lo primero”.

Si bien su estudio se centró en cinco países ricos con regímenes reglamentarios establecidos desde hace tiempo y cierto grado de rendición de cuentas (cada vez más frágil), Quinlan halló las mismas causas recurrentes en los accidentes ocurridos en lugares de trabajo de alto riesgo en países de ingresos medios como Brasil y China.

“Se pueden sacar las mismas conclusiones del desastre minero en Soma, Turquía, en 2014, en el que 301 mineros encontraron la muerte y quedaron en evidencia la inadecuación de los procedimientos de emergencia y rescate y las carencias de la supervisión reglamentaria, por solo nombrar algunas de las causas sistémicas” dice, advirtiendo que la tendencia que se vislumbra anuncia más bien prácticas más peligrosas.

“Las cadenas de suministro mundiales están favoreciendo la erosión de las normas de seguridad al transferir el trabajo hacia países con normas mínimas de seguridad y sin ningún protocolo para elevar el nivel de las normas, como parte de las políticas a favor del libre comercio. El derrumbamiento del edificio Rana Plaza en 2013 en Bangladesh que se cobró la vida de más de 1.100 trabajadores, principalmente del sector de la confección y que producían ropa para occidente – es un ejemplo de esto”, dice.

“Estos datos demuestran de forma elocuente que, independientemente de la retórica, la seguridad en el lugar de trabajo no es lo primero, ni siquiera lo segundo ni lo tercero, frente a las prioridades de los Gobiernos o de la mayoría de las empresas”.

Ten pathways to death and disaster, Michael Quinlan, The Federation Press, ISBN 9781862879775, diciembre de 2014.