Los sindicatos sitúan la salud y la seguridad en la agenda global

Los sindicatos no sólo buscan proteger nuestros medios de subsistencia, sino también nuestras vidas. La Secretaria General de la CSI, Sharan Burrow, explica por qué la salud y seguridad en el trabajo siempre forma parte del programa sindical.

Cuando ocho grandes minoristas de la confección anunciaron en septiembre que estarían dispuestos a pagar más por las prendas de vestir fabricadas en Camboya, no se trató de un acto espontáneo de generosidad. Fue su reacción a una jornada mundial de acción organizada el 17 de septiembre por los sindicatos en apoyo a las reivindicaciones de los trabajadores y trabajadoras de la confección pidiendo un aumento salarial.

La campaña –que involucró a los sindicatos camboyanos, la CSI, las Federaciones Sindicales Internacionales IndustriALL y UNI y una extensa red de seguidores en el mundo entero– cobró impulso después de repetidos informes de casos de trabajadores que perdieron el conocimiento o incluso fallecieron en el trabajo como consecuencia de unas malas condiciones de trabajo y malnutrición.

Una semana antes en Melbourne, Australia, el movimiento sindical internacional hizo uso de su influencia en un entorno muy diferente. Los Ministros de Trabajo y Empleo del G20 hicieron pública una declaración complementada por un plan de acción sobre salud y seguridad de 10 puntos. Además de hacer hincapié en la necesidad de combatir el desempleo y crear mejores empleos, el documento subraya que la salud y seguridad ocupacional constituye “una prioridad urgente que protege a los trabajadores y contribuye a incrementar la productividad y el crecimiento”.

Una vez más, este hecho no fue cuestión de suerte. Dos meses antes, los sindicatos habían elaborado su propia lista de prioridades para el G20, y la declaración final reproduce partes importantes de la misma. No todo estaba allí, pero en un clima general de hostilidad a la regulación y a los derechos en el trabajo, el apoyo a una legislación más rígida sobre salud y seguridad y la promoción de “prácticas empresariales responsables y la implicación efectiva de las cadenas de suministros” para mejorar la seguridad y la salud constituye un trato importante. Al igual que el compromiso de promover unas directrices y normas de seguridad en los lugares de trabajo que incluyan la participación de los trabajadores y trabajadoras.

El precio por ignorar estos mensajes sindicales puede ser muy elevado. Los recortes y la desregulación condujeron al incendio mortal en una mina de carbón en Turquía en mayo de este año, en el que perdieron la vida 301 trabajadores. Y pese al habitual intento inicial de culpar a los mineros, fueron esos mismos factores los que un informe oficial atribuyó al descarrilamiento de un tren de crudo que se estrelló el año pasado en el centro de una localidad en Quebec, Canadá, matando a 47 personas.

Los sindicatos pueden asegurarse de que se aprenda de los errores. Un año después del derrumbe de la fábrica de Rana Plaza el 24 de abril de 2013 en Bangladesh, que se cobró más de 1.100 vidas, un fondo de compensación negociado por los sindicatos efectuaba los primeros pagos a los heridos y a los familiares de los fallecidos. Las fábricas de vestuario en el país fueron sometidas además a los primeros controles independientes de la seguridad. Dichos controles eran requeridos en un acuerdo de seguridad propuesto por los sindicatos, el Acuerdo sobre seguridad contra incendios y de los edificios en Bangladesh.

Mejorar las condiciones de trabajo nunca es cosa hecha, es una labor continua, y es por ello que siempre será necesario contar con una voz activa y firme en el lugar de trabajo. A pesar de las muertes en Bangladesh, el gobierno de aquel país continúa obteniendo un suspenso en cuanto a los derechos de los trabajadores. Hay que convencer a gobiernos y empleadores para que asuman su responsabilidad. Para lograrlo, los sindicatos necesitan mejorar aún más su organización y su capacidad.

Queda mucho trabajo por delante. Las empresas continúan reduciendo personal e introduciendo recortes. Ciertas enfermedades laborales conocidas desde la antigüedad continúan cobrándose la vida de mineros. Los trabajadores continúan muriendo a causa de enfermedades ocupacionales observadas hace dos milenios por Hipócrates y Plinio el Viejo. Las caídas desde gran altura siguen siendo una importante causa de fallecimientos en el lugar de trabajo, pese a que no existe ningún misterio para su prevención o sobre los efectos de la gravedad. La producción mundial de amianto aumentó nuevamente el año pasado. Ni siquiera el mayor asesino industrial del mundo ha desaparecido.

Y una serie de ‘milagros’ tecnológicos ha engendrado una nueva generación de riesgos. Apple puede haber sido designada como la marca más ‘cool’ del planeta por tercer año consecutivo, pero si descendemos por la cadena de suministros, las plantas que fabrican sus productos pueden ser extremadamente calurosas, sucias y letales. El gigante mundial de la microelectrónica, cuyos beneficios netos en el último trimestre ascienden a 7.700 millones USD, apenas acaba de aceptar la eliminación gradual del agente carcinógeno benceno y de la potente neurotoxina n-hexano por parte de sus subcontratistas. Aun así, este compromiso no se aplica a todo el proceso de producción.

Cuando la industria a nivel mundial sigue aferrándose a riesgos ancestrales como el amianto y lo complementan incluso con nuevos favoritos como los nano-materiales, resulta evidente que este déficit de salud y seguridad no es una cuestión de falta de conocimientos, sino de prioridades y poder. Ni siquiera tiene mucho sentido a nivel comercial. Tal como admiten los Ministros de Trabajo y Empleo del G20, “unos lugares de trabajo más seguros son un elemento esencial para un crecimiento fuerte, sostenible e inclusivo”.

Según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo, 2,3 millones de personas mueren cada año en todo el mundo a causa de accidentes y enfermedades relacionadas con el trabajo. La agencia internacional responsable de las normas del trabajo evalúa el costo directo e indirecto de los accidentes y enfermedades profesionales en 2,8 billones USD.

La brecha entre las buenas intenciones y unos buenos resultados seguirá existiendo mientras se permita a las empresas que sitúen los beneficios por encima de las personas. Es por ello que los sindicatos son cruciales para conseguir un mejor salario, más equidad y lugares de trabajo más sanos. Y es por ello que existe un marcado ‘efecto de seguridad sindical, y los estudios demuestran que unos lugares de trabajo sindicalizados no sólo protegen nuestros salarios, también protegen nuestra salud.

Los sindicatos saben que su capacidad para defender y mejorar las normas de salud y seguridad es valorada y les ayuda a reclutar y retener a sus miembros. Esta es una de las razones por las que la CSI ha hecho que sea una prioridad fundamental para la sindicalización, a nivel local, nacional e internacional. Las nuevas páginas de noticias sobre salud y seguridad de la CSI forman parte de un set de herramientas cuyo objetivo es intercambiar conocimientos sobre problemas de seguridad en todo el mundo, y sobre las estrategias creativas de organización que pueden aportar soluciones.

Los trabajadores y trabajadoras no deberían pagar el precio de la producción. El trabajo no debería ser un infierno, no debería hacer daño y ciertamente no debería matar. El trabajo tiene que ser gratificante, seguro y que valga la pena. La organización sindical puede conseguir que así sea. Juntos, conseguiremos que trabajar sea más saludable y que el trabajo sea mejor.